¿Por qué a veces la necesitamos tanto y otras veces nos ahoga?
Por la mañana me despierto con la necesidad de salir a cubierta y ver qué siento. Y ahí está la montaña, imponente. Poniéndome límites. Y aunque tengo el mar abierto a mi espalda, no puedo dejar de ver esa pared.
Podría sentirla como un abrazo, sentir algo parecido a una sensación de cobijo. Sin embargo quiero salir de aquí.
Puede que sea el tiempo que hemos pasado encerrados en casa por el confinamiento. Puede que sea porque necesito avanzar, porque no quiero detenerme. Puede que sea porque estar solos en una cala todavía me saca de mi zona de confort.
Lo cierto es que sentir lo que he sentido, en este espacio donde la Naturaleza es y se siente, ha sido un enorme regalo. Con el impulso de esta idea y tras el desayuno, Sergi y yo bajamos de nuevo a la cala. Toca limpieza. Es peor de lo que pensábamos.
El relieve de la montaña ha ganado la batalla de la imposición inmobiliaria, pero ha perdido por goleada la guerra de la asquerosa huella humana. Somos unos marranos. Unos cortos de miras. Lo que no vemos no lo sentimos. Sin embargo, si de algo estamos seguros es de que el planeta nos expulsará, sobrevivirá sin nosotros. Si seguimos a este ritmo, antes de lo que pensamos, no habrá rastro de nuestro paso por la Tierra.
Y nos lo tendremos bien merecido.