Viviravela
Ibiza en invierno
TRAVESÍAS

DICIEMBRE EN IBIZA. ESQUIVANDO EL TEMPORAL

Ibiza solitaria

Video de la travesía y estancia en Ibiza

Habíamos estudiado con  detenimiento la previsión meteorológica en IBIZA. Se acercaba un temporal de viento: Ciclogénesis explosiva. Ya sabes, nomenclaturas que nunca antes hemos escuchado y que gracias al esfuerzo de la televisión, nos hacemos verdaderos expertos.

Planificando la ruta y observando el parte meteorológico.

Carta náutica de Ibiza
Marcando el rumbo

Nosotros, sin embargo, pensábamos tener días suficientes por delante para regresar a puerto sin tropezarnos con él. Nos equivocamos.

Sailing
Llorenç al timón

Salimos de Valencia martes por la noche. Hicimos turnos de cuatro horas en grupos de dos. La noche transcurrió con normalidad. Mar en calma y navegación sin incidentes. A las dos del medio día del miércoles fondeamos en Cala Salada. Un recibimiento increíble para una isla que nos sorprendió por su belleza. Y por su tranquilidad.

Ibiza es conocida por su fiesta, por la mezcla de gentes y de estilos, por las discotecas y el desmadre. Pero eso es en verano. En invierno es una especie de isla abandonada. Pero vamos por pasos.

La costa oeste de Ibiza es una mezcla perfecta de tierra y mar. Islotes que parecen caídos del cielo y montañas de pinares cede paso a calas de agua transparente con fondos repletos de posidonia. Llorenç fue el encargado de instruirnos sobre los beneficios que esta planta acuática tiene sobre el planeta. Cuidado con los fondeos. Afortunadamente las calas están provistas de boyas donde amarrarnos.

Ante la tranquilidad y la escasa afluencia de gente y de barcos, aprovechamos para retocar algunos desperfectos. Lo más intrépido era subir a lo alto del palo para revisar la jarcia. La que tuvo la suerte de protagonizar la hazaña fue Mireia. Bajo, la envidiábamos sin disimulos.

El viernes empezaron las llamadas telefónicas. ¿Dónde estáis? Viene un temporal. ¿Habéis oído las noticias? Nuestras familias estaban preocupadas y nosotros, disfrutando de los rayos del sol sobre un mar en absoluta calma, creíamos que lo teníamos todo controlado. Según las previsiones, el viento empezaría a tomar fuerza el viernes por la tarde y por ello, planeamos rodear la isla de oeste a este huyendo de las molestias que podría ocasionar a la navegación. Acertamos. Al menos al principio.

Navegar la costa ibicenca en invierno es paz. Es observación de la belleza. Mezcla de tonalidades azules que, al atardecer, juegan con los rayos de sol para ofrecer al espectador un concierto de color que deja sin palabras.

La Ibiza tranquila de los meses de invierno.

No podíamos evitar pensar cómo será ese mismo lugar en verano. Poder nadar, hacer snorkel, pisar la arena con los pies descalzos. Sumergidos en esos pensamientos estábamos cuando escuchamos un sonoro chapuzón seguido de una especie de alarido. Sergi no se había podido resistir. No le seguimos. Verle salir del agua era tan cómico que no volvimos a pensar en darnos un baño. Al menos hasta la primavera.

Calas Ibiza
Calas de Ibiza

Cala Salada, Es Portixol, Ses Margalides, Cala d’en Sardina, Cala Portinax. Nuestro recorrido fue adaptándose al viento, a la curiosidad de alguno de nosotros o a la necesidad de fondear antes de anochecer. Ni mucho menos pudimos visitar todos los rincones que nos hubieran gustado. Valoramos la calma. Disfrutar de cada lugar, sin prisas, solo estar.

Hasta el viernes. Esa noche sabíamos que teníamos que dormir en puerto. Nos encontrábamos en la parte este de la isla y el preludio del temporal ya se hacía ver. Fuimos a Santa Eulalia. La primera evidencia de estar fuera de temporada eran los barcos amarrados protegidos para pasar una larga temporada sin ser habitados. Luego las tiendas, cafeterías, restaurantes, todo cerrado. Era un puente, uno largo pero la isla estaba en reposo. Callejeamos por la ciudad, paseamos por el paseo marítimo, tomamos un café en una de las coquetas cafeterías que hay por el centro y regresamos al barco.


Es cierto que no nos gustan las playas repletas de bañistas, ni las calles inundadas de turistas haciendo las mismas cosas que hacen un sábado en su ciudad, pero ver aquel lugar tan desierto nos hizo pensar en cómo somos las personas. Construímos mundos perfectos que solo se disfrutan unos pocos días al año. Trabajamos, ahorramos y soñamos durante once meses para vivirlo todo en apenas quince días o un mes. Los lugares bellos son más hermosos cuando están solos. Nos sentimos más libres si no competimos con nadie por un trozo de playa donde sentarte a leer mientras observas el mar, si no desesperamos por encontrar una mesa para saborear una receta local.

Volvimos al barco y repasamos las previsiones. Debíamos adelantar la salida. Se esperaban vientos de veinte nudos, no tuvimos en cuenta las olas. Teníamos pensado iniciar la vuelta el sábado por la noche. Salimos después de comer. Deberíamos haber salido por la mañana, pero, nos fuimos a correr.


Fue inevitable. Era el primer día que teníamos la oportunidad de hacer trabajar al cuerpo y nos apetecía recorrer Santa Eulalia a primera hora de la mañana. Sin prisa, desayunamos y partimos hacia la ciudad de Ibiza. Empezaba a adivinarse un inicio de mar pero entramos a puerto. Nunca antes habíamos estado y teníamos curiosidad.

Desierto. Comimos en uno de los pocos restaurantes que estaban abiertos, nos prometimos volver con tiempo para visitar el casco antiguo, repasamos la estiba y partimos.
Eran las cuatro de la tarde. En tres horas las nubes habían desaparecido, el cielo estaba estrellado y la biodramina parecía no causar efecto. Hacía mucho frío. Supimos desde el principio que aquella noche ni Sergi ni yo dormiríamos. No pudimos cenar. A las nueve de la noche el viento superaba los dieciocho nudos, el barco patinaba sobre las olas y, era solo el principio.


Fueron diecisiete horas de navegación. Largas, muy largas. Recuerdo que pensaba en el miedo. Estaba segura que no nos íbamos a hundir, que nada malo iba a suceder, solo, iba a ser muy incomodo regresar a casa. Pero todo mi cuerpo estaba en tensión. Pensé en el muro de los maratonianos. No sé porqué. Entre los kilómetros treinta y treinta y cinco de una maratón, el corredor supera una especie de muro. Más o menos consiste en superar tus miedos, tu negación a pensar que puedes llegar a meta. Y yo pensaba que si confiaba y me relajaba, conseguiría mi objetivo que era tratar de disfrutar, de aprender que el mar no siempre está en calma. Como por arte de magia se llenó de estrellas el mar. Decenas de destellos luminosos me hacían un guiño, como dándome la razón. Plancton. Lo había visto antes, pero aquel día me agarré a su presencia como al martillo imaginario que derrumba el muro que te separa de la meta.

A las dos de la mañana el viento atenuó su fuerza: catorce nudos y el mar parecía calmarse. Yo aseguraba que todo había pasado, Sergi estaba convencido de que el temporal aún estaba por llegar. Llorenç y Mireia dormían, o trataban de dormir en sus camarotes y durante la breve tregua descansamos nosotros también.

No se hace uno marino con el mar en calma.

Lo que vino después fue peor. Olas de más de dos metros de altura. Vientos con puntas de veinticinco nudos. Sergi sin soltar el timón combatía los pantocazos que despertaron a la tripulación más joven. El agua ya había mojado toda la cubierta cuando una ola cubrió todo el velero. Entró por proa y nos abandonó por la popa dejando su rastro por todoslos rincones. Eran las cuatro de la mañana y todavía nos quedaba mucho trayecto por recorrer.

Amaneció y veíamos la costa. Entramos a puerto. Amarramos y dormimos. Fin. Pues no. De todo se aprende y nosotros aprendimos varias cosas: la primera es que no necesitamos pasar una mala noche en el mar para nada, por nada. Si la previsión no es favorable a la navegación segura, pues nos quedamos en puerto o regresamos un día antes o cancelamos el viaje. Dos: las previsiones son bastante exactas, hay que tenerlas en cuenta. Tres: para aprender a navegar se tienen que tener condiciones adversas que te sometan a toma de decisiones y a momentos de estrés. Cuatro: No hay que despreciar ninguna medida de seguridad, aquella noche, el arnés que nos ataba al barco, impidió en más de una ocasión que nos asustáramos más de lo debido. Cinco: No subestimar nunca el poder del mar.
Pero eso fue solo el final. La navegación de los primeros días, la isla, la aventura en familia, la vida en el velero, eso fue viviravela.

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